Ana bajó del tren. Sus piernas se desdibujaron de esa penetrante mirada y lograron seguir sin él, pero el sabor y el encanto de saberse viva y acariciada, la envuelve completamente. En el bolsillo de su chaqueta: Una tarjeta. El guión de una historia que podría vivir, o simplemente olvidar. En sus labios, el gusto que dejó ese: ¿qué tenés que hacer el resto de tu vida? ¿Podés llamarme, por favor?" Y mientras camina, un nuevo color se instala en sus mejillas, desafiando el frío aire decembrino. La mirada profunda de picaflor sigue estremeciendo su cuerpo. Se anidó entre los encajes de su ropa interior y la acaricia suavemente, despertando en cada centímetro de piel, su sensualidad, su ser de mujer plena. Un hombre sin nombre, sin historia, un espejo erótico que devuelve con creces, el aroma que desprenden sus poros en exquisita alerta. Basta recordar aquel roce y el corazón se acelera, el mundo se silencia, sólo habla la piel en medio de un vértigo que nace de dos urgencias... Y su...